Ir al contenido principal

capítulo 4


Durante un tiempo Maximino y Pepe, que le acompañaba por gusto, fueron a visitar los primos a la casa de una exmujer de Ismael, donde todavía residían. Iban tres veces al día, incluso había días en los que se levantaban en plena noche para ir.

 Tiempo después se mudaron a la casa de Lombera, en la que los primos estuvieron poco tiempo, ya que nada más cumplir los catorce se marcharon a Santander en busca de trabajo. Aunque parezca que no pasaron tiempo juntos, Pepe entabló una muy buena relación con ellos.

 Pepe tenía la suerte, al ser mayor Maximino le llevaba a todas partes. Con él hizo los primeros viajes en tren a Santander para visitar a familiares o para cosas del trabajo.

  Los domingos le llevaba a visitar a la familia por diferentes sitios de Cantabria. Cada semana era a un lugar y familiar distinto.

  Teresa en esa época se encargaba de los niños, de la comida, de la limpieza y de muchas otras tareas. Era básicamente la que mantenía a la familia.

 Además, en las épocas en las que el dinero escaseaba, se levantaba muy temprano para ir a comprar pan para posteriormente venderlo en un carro por toda Cantabria como hacía su madre Florentina.

Cientos de veces oyó a su madre referirse a lo buena que era su vida en Santander, ya que disponía de tiempo libre y podía salir con amigas, algo que debido a los niños y no podía hacer 


Para Pepe, el domingo era el día más esperado de la semana. No solo porque no tenía clase (los sábados debía asistir a la escuela), sino porque era el día en el que pasaban por el barrio los vendedores a domicilio. Parece una tontería, pero en esa época era todo un espectáculo a los ojos de un niño de diez años.

   Primero pasaba el mielero gritando: ¡A la buena miel! ¡Recién traída desde La Alcarria! El hombre se mostraba incansable gritando de puerta en puerta.

  Ya a mediodía pasaba una mujer con un delantal azul y cesto de mimbre repleto de marisco de temporada. Por la tarde llegaba el más esperado por todos los niños, el heladero.

  A Pepe siempre le daban alguna moneda para que se comprara un helado. No tenía mucho donde escoger, ya que tan solo había un sabor. Eso sí, podías coger de cucurucho o de barquillo, que era el que más gustaba a los niños. Se trataba una galleta con forma de barco y el helado puesto encima con una paleta que lo hacía parecer la vela de éste.

Luego llegaba el barquillero, que como su nombre indica vendía barquillos. En este puesto tenías la oportunidad de llevarte uno gratis, ya que por cada barquillo tenías una tirada a una ruleta en la que tocaban diferentes premios.


Pepe había cumplido ya doce años y cada vez tenía más aficiones, leer, jugar, cocinar… pero había una que destacaba por encima de las demás, el fútbol.

Empezó a jugar cuando vivía en la Casona y desde entonces no paró. Todos los sábados iba a ver el partido del Buelna Sport, el equipo de Corrales. Como las entradas eran bastante caras, iban muy temprano para coger sitio en un muro que había al lado del campo y desde el que se podía ver el partido perfectamente y además gratis.

  En esa época Pepe ya jugaba en un equipo llamado “El Avance”. Jugaban siempre después de la misa de las once, así que nada más acabar ésta, salía corriendo hacía el campo para cambiarse de ropa y disputar el partido.

Recuerda que una vez tuvo que jugar un partido de balonmano (deporte para el que no había equipo), como no había jugadores les cogieron a ellos, los de fútbol y a cinco chicos que jugaban al baloncesto.

 En esa época pasó al instituto de La Salle. Lo afrontó con entusiasmo y energía, pero a los pocos meses se dio cuenta de que no era ni de lejos como se lo imaginaba. Los profesores eran muy serios y con muy mal carácter. Se paseaban por la clase con la regla en la mano, que usaban para atizar a los alumnos despistados.

Sus compañeros tampoco eran muy buenos. Nunca tuvo problemas con ellos pero si vio como insultaban y agredían a otros niños por ser extranjeros, pobres o con familias de ideologías diferentes.


Pepe trató de convencer a su padre para que por fin le dejase afiliarse al Frente de Juventudes, pero Maximino año tras año se negaba, ya que éste era una sección del partido que gobernaba Franco y que utilizaban para concienciar a los jóvenes para luego combatir en nombre del dictador.

  Pepe no era consciente de esto, ya que tenía doce años. Él solo quería ir a los campamentos que organizaban y a los que todos sus amigos asistían. El todavía no comprendía porque sus padres le decían que Franco era “malo”, porque siempre le veía representado en los carteles y en la radio como un gran patriota y líder. Tuvieron que pasar años hasta que se dio cuenta.

  Aunque un años después, en el verano de 1947 Maximino finalmente cedió y le permitió ir al campamento con sus amigos. Para el fue algo nuevo. Estuvo casi un mes en el campamento viviendo al aire libre, haciendo deporte y yendo a la playa.

 Al año siguiente repitió ya con catorce años. No se lo pasó tan bien como el año anterior. Es más, para el fue casi una tortura, como ya no eran tan niños. Las actividades se redujeron mucho, se dedicaban a dar grandes caminatas y a dar clases de historia, la mayoría relacionadas con Franco y su “grandeza”.

 Esto le sirvió para comprender que el Frente de Juventudes no se trataba simplemente de un bonito campamento al que asistías a pasar el verano.

 En el fondo Maximino siempre supo lo que pasaría, pero quiso esperar para que el mismo se diese cuenta de que no es oro todo lo que reluce.



En aquella época comenzó otra de las pasiones de Pepe, la radio. En el pueblo todavía no había televisiones y no existía internet, así que la gente se enteraba de las noticias por la radio. No muchas familias disponían de una, la de Pepe tampoco, así que cuando quería escucharla se iba a casa de unos vecinos que tenían una radio hecha por ellos mismos.

  Pepe siempre iba por las noches, cuando echaban las noticias y los deportes. Posteriormente había un programa llamado “Fiesta en el aire”.

  No tuvieron una radio propia hasta 1949, cuando ya se hicieron más populares y asequibles, la compraron en Santander. Para ellos era algo totalmente nuevo, tardaron varios días en aprender a utilizarla.

Los programas no eran españoles hasta la noche, ya que cada país tenía dedicado un tiempo. Por la mañana escuchaban las noticias desde Londres, por la tarde desde Holanda y ya por la noche los de España, que acababan con el himno nacional.

  Ese mismo año Pepe acabó el instituto con tan solo quince años. A partir de ahí se estudiaba únicamente si querías tener estudios.

Comentarios

  1. Me gusta que dejes ese espacio entre los párrafos porque es más fácil de leer. Una lectura muy llevadera como todas las anteriores. Te hace falta darle más juego a los personajes, que les pasen cosas que tengan conflictos etc Deseando leer el próximo.

    ResponderEliminar
  2. Me gusta como está relatado. Esperando leer el siguiente.

    ResponderEliminar
  3. Noto un poco cortos los párrafos, me parece que en algunas ocasiones podrías añadir palabras para completarlos y que se hiciese más sencillo de leer.

    ResponderEliminar
  4. que dejes ese espacio entre párrafos ayuda a hacer la lectura más llevadera, a su vez noto que son un poco cortos, quizás demasiado, intenta introducir alguna palabra mas, o reducir el espacio entre algunos de ellos. Me gusta esta historia, espero el siguiente capítulo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

capítulo 2

Capítulo 2   Uno de los muchos recuerdos que marcarían la infancia de José Luis era el de los bombardeos.     Primero se escuchaba el agudo sonido de las sirenas, que funcionaban cual mensajero del peligro. Las mujeres bajaban a sus hijos en brazos hasta el sótano de la casona, que había sido habilitado como refugio antiaéreo. Los pocos hombres que no habían sido llamados al ejército se quedaban comprobando si quedaba gente en las habitaciones. Poco a poco el sonido de los aviones iba siendo más alto y a la vez espeluznante. Durante unos segundos se hacía el silencio, no se escuchaba ni respirar. De repente el suelo comenzaba a temblar, las paredes se agrietaban, caía polvo del techo, los bebés lloraban y la gente gritaba. Las bombas asolaban el pueblo.   A ojos de Pepe, que tenía tres o cuatro años, eso parecía una simple aventura como muchas otras que vivía en el pueblo, además hizo algún amigo en los refugios.   El tiempo que Maximino pasó en Valencia alistado en el

Capítulo 1

Capítulo 1      Esta historia comienza en la España de finales de los años veinte. Cuando el país estaba sumido en la más profunda pobreza, donde conseguir alimentar a una familia requería de unos esfuerzos inmensos, tanto económicos como laborales, y en los que la política era muy inestable, ya que estaba en constante cambio.    En tan solo una década, España pasó por la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, que duró tan solo siete años (1923-1930), también vivió una monarquía, que acabo con la abdicación de Alfonso Xlll en 1931 y la Segunda República española.   Mientras tanto, en Cantabria, una joven y humilde pareja se esforzaba por tener una vida cómoda para ellos y su futura familia, algo que en esa época y lugar era el sueño de cualquiera. Él se llamaba Maximino, era un joven con estudios básicos que abandonó la escuela con once años para ayudar en las labores de campo. Se ganaba la vida trabajando en la fábrica y en sus ratos libres recopilaba su día a día